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martes, 13 de mayo de 2014

Me flashea la cabeza cuando una canción llega a categoría himno, o al menos se hace muy popular y pasa a tener ese poder de, por un lado, lograr que muchas personas distintas la elijan -o se les aparezca por ahí, colada- para sus actividades cotidianas (hacer gimnasia, dormir, ordenar la habitación, ir en colectivo, trabajar) y, por otro, imantar muchas voces -y tooooooodo lo que hay detrás de esas voces- al unísono cantándola, vibrándola, sintiéndola cada vez que suena en un recital, en una fiesta, o en medio de un grupo de personas reunidas, y lo genial de todo esto es que es hay altas probabilidades de que haya nacido de un pibito que estaba tirado en su cuarto, con todo hecho un caos, agarró algún instrumentó y le salió.
o de amigos que estaban trasnochando en una alfombra.
o de una banda en el estudio de grabación apurada porque no hay mucho tiempo ni dinero y el disco debía terminarse (esta opción es la que menos única me parece, pero más meritoria si el resultado es óptimo).

por eso hay lugares sagrados. históricos. especiales. mágicos.

y por eso amo el libro de patti smith, que es la biblia del arte de amar el destino y destinar el amor al arte y el amor de hacer del arte, destino para no preguntarse sino responderse ¿cuál es el destino de quien ama el arte?

pero básicamente es la biblia del arte, del destino y el amor. y de la realidad.

cursi desde 1988.